Voy a hablar de un efecto psicológico que se conoce como efecto Pigmalión o también como profecía autocumplida o autorrealizada. Hace referencia a cómo las expectativas del sujeto, ya sean positivas o negativas, influyen en su comportamiento y los resultados que de éste se derivan.
Cuenta la mitología griega que Pigmalión era el rey de Chipre, conocido por ser un extraordinario escultor, además de un sabio y bondadoso gobernante. En su búsqueda de una esposa cuya belleza correspondiera a su ideal de perfección, desistió al no hallar ninguna joven que colmara sus expectativas. Decidió no casarse e invirtió todo su tiempo y amor en crear la más hermosa de las estatuas. Esta obra tomó forma de mujer, con el nombre de Galatea, receptora de todo el amor de Pigmalión. Narran algunas versiones de la historia que (Venus) Afrodita, diosa del amor, dio vida a la estatua, para que correspondiera al amor de Pigmalión.
De esta forma sus expectativas de amor por una mujer según su ideal terminaron haciéndose realidad precisamente porque él construyó esa mujer idealizada.
De esta historia toma nombre el conocido como efecto Pigmalión y también como profecía autocumplida o autorrealizada. Éste es un fenómeno frecuente en muchos ámbitos (escolar, familiar, laboral, social…), por lo cual es importante conocerlo y saber qué efectos puede tener, tanto positivos como negativos.
El efecto consiste en que las expectativas de un sujeto influyen en su comportamiento, de tal manera que esta forma de actuar es precisamente la que provoca el resultado que el sujeto esperaba.
No se si lo he expresado claro, así que expondré un ejemplo que, además, supone el origen de los estudios acerca de este efecto. El caso es el siguiente:
Se informó a un grupo de profesores de primaria de que a sus alumnos se les había administrado un test que evaluaba sus capacidades intelectuales. Se dijo a los profesores qué alumnos fueron los que obtuvieron mejores resultados, y se les advirtió de que esos alumnos tendrían mejor rendimiento durante el curso. Ocho meses después se evaluó el rendimiento de los alumnos en comparación al inicio del experimento y se comprobó que esos alumnos, de los cuales había unas mejores expectativas de rendimiento, fueron los más avanzados de la clase. Esto es lo que llevaron a cabo cabo en 1968 Robert Rosenthal y Lenore Jacobson.
Sin embargo, lo que no sabían los profesores es que, aunque realmente se administró la prueba de aptitudes y conocimientos, los alumnos que se les dijo que iban a tener mejor rendimiento eran en realidad un 20% de los alumnos totales que se eligieron al azar para formar este grupo de ‘alumnos con mejores expectativas’. Es decir, en teoría, se podría esperar de ellos un rendimiento similar al de sus compañeros, puesto que, arbitrariamente, se habían seleccionado como ‘más capaces’, sin que las evaluaciones así lo aseguraran. Sin embargo, el resultado fue bien distinto, pues estos alumnos realmente mejoraron su rendimiento de forma significativa frente al resto de alumnos que no habían sido seleccionados al azar como integrantes de ese grupo de alumnos recomendados.
La explicación que dieron Rosenthal y Jacobson a partir de todos los datos de sus observaciones fue que los maestros se crearon tan alta expectativa sobre esos alumnos que los trataron de una forma diferente. Este modo distinto de actuar (prestar más atención a esos alumnos, exigirles más, fomentarles el aprendizaje…) es lo que hizo que realmente el rendimiento de estos alumnos fuera mejor.
Los profesores, sin darse cuenta, actuaron para provocar aquello sobre lo que se les había avisado que sucedería, siendo ellos los autores del cambio.
Fuente: efecto Pigmalión en elpais.com
Este efecto es muy importante en cualquier ámbito de la vida puesto que, aunque puede tener una vertiente positiva como ya hemos visto, también puede tener una parte negativa: si en lugar de hablarse de alumnos más capaces hubiera algunos a los que se hubiera etiquetado como ‘grupo con menos posibilidades de mejorar’, seguramente el trato hubiera sido distinto, más pobre, menos exigente, y esos alumnos realmente habrían tenido un rendimiento inferior.
Lo mismo ocurre en otras parcelas de la vida. Por ejemplo, en cuestiones de salud. Si un paciente considera que un tratamiento de fisioterapia es adecuado y que le va a ayudar mucho, tomará más interés, participará, colaborará y realmente recibirá más beneficios de la terapia que otro paciente que no tenga ilusión ni motivación por el tratamiento. No estamos hablando de efecto placebo, sino de que el paciente, al creer que un tratamiento lo va a ayudar, se implica más, realiza el tratamiento de la forma más adecuada posible, siguiendo las instrucciones y tomando parte activa en el desarrollo de las sesiones. Estas acciones son las que realmente provocan que la terapia sea efectiva.
Por el contrario, si el paciente considera que el tratamiento es una pérdida de tiempo o no es lo que él necesita, su desgana y falta de interés provocarán que no siga las instrucciones adecuadamente, que no cumpla las pautas que ha recibido y otra serie de malos comportamientos que realmente son los que provocarán el fallo de la terapia.
Pero ¡ojo!. Como he dicho, este efecto se aplica a múltiples parcelas, y no podemos centrarnos sólo en las expectativas del paciente. Si su entorno (familiar, social..) o los profesionales que lo atienden son los que se comportan diferente dependiendo de las expectativas que tengan, ya sean estas positivas o negativas, también van a influir en el resultado. Por ejemplo: si nos hablan de un paciente y nos comentan que es poco colaborador y no es participativo, es muy probable que el terapeuta, por muy profesional que sea, se comporte con ese paciente de forma algo diferente a como lo haría si lo consideran un paciente colaborador.
Las expectativas del paciente influyen en gran medida en el éxito de la terapia, pero también las de su entorno por eso es importante conocer este efecto de profecía autorrealizada y tenerlo siempre en cuenta, ya seamos alumnos, profesores, pacientes, terapeutas o en cualquier ámbito de las relaciones humanas.
Imagen por camil tulcan con la siguiente licencia Creative Commons.
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