Esta va a ser una entrada diferente a las que suelo escribir aunque, después de pensarlo, he visto que sí que encaja con la temática del blog. La reflexión empezó en mi cabeza al ver el programa de «el jefe infiltrado«, la adaptación española del formato de televisión en el que un alto cargo de una empresa se disfraza como si fuera un trabajador más que va a aprender el oficio, eso sí, seguido de cámaras y sin que los compañeros sepan que es un jefazo.
De esta manera, a lo espía secreto, conoce de primera mano las penurias del trabajo a pie de campo, y también conoce la personalidad y profesionalidad de los trabajadores al tratar directamente con ellos, que piensan que es un novato. De esa manera el jefe puede ver quienes son buenos trabajadores y quienes no tanto, y qué quejas, sugerencias o ideas aportan para mejorar la productividad o las condiciones de trabajo.
Independientemente de lo interesante o no que pueda ser el formato, o de los sesgada que pueda estar la información, es interesante que el jefe quiera conocer de primera mano el día a día de los puestos más complicados de la cadena de producción.
En el mundo sanitario pasa igual que en otros sectores: muchas decisiones tomadas por los gestores poco tienen que ver con lo que se dice o se comenta por parte de los trabajadores o con el día a día de sus problemas ¿Sería necesario que los jefes se infiltraran en el mundo sanitario para ver de primera mano los problemas?
Mi respuesta es un rotundo no. No, sencillamente, porque pienso que no tiene sentido si antes no se ha hecho lo más evidente: preguntar y escuchar al trabajador. Si en las reuniones se favorece el conformismo y el «todo está bien», se premia al que no aporta nada nuevo mientras que se critica a los que piensan diferente, aportan otros puntos de vista o, sencillamente, dicen que hay que cambiar algo, entonces se está favoreciendo el conformismo y el ocultar los problemas en lugar de tratar de afrontarlos.
Si se quiere mejorar hay que estar dispuesto a escuchar y a recibir críticas. Pero para ello hay que fomentar el pensamiento crítico de los trabajadores, no el conformismo de los silencios en las reuniones y los posteriores lamentos a la hora del café.
No soy gestor, pero pienso que gran parte de culpa la tienen las reuniones mal planteadas, en las que el trabajador acude por rutina, sabiendo que puede aportar bien poco, sencillamente porque no interesa que haya cambios. Una buena organización de la reunión, tratando de detectar problemas y buscando formas de solucionarlos, proponiendo plazos y seguimiento, seguramente aportará más, pero claro, eso exige compromiso por parte de todos.
Así que si eres jefe, mi opinión la puedes leer resumida en el título de esta entrada: Si quieres saber qué piensan tus trabajadores, es tan sencillo como preguntarles qué falla y escuchar lo que piensan que se puede hacer para mejorar y no será necesario hacer de espía infiltrado. ¿No es así más sencillo?
Imagen de cabecera por Johan Oomen con licencia creative commons.
Imagen siguiente por Jeroen Van Oostrom en freedigitalphotos.net
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