Al parecer, desde siempre ha habido personas que, en su afán de ser famosos y estar en boca de todos, se centran únicamente en conseguir que se hable de ellos. No importa si se habla bien o si se habla mal, lo que interesa es que se hable.
En el capítulo VIII de la Segunda parte del Ingenioso Caballero Don Quijote de la Mancha se cuenta que los personajes principales y mundialmente conocidos -Don Quijote y su escudero, Sancho Panza- han sido avisados de que circula por ahí cierto libro que narra aventuras (más bien, de desventuras) sobre ellos. Sancho, al enterarse de que su persona es motivo de narraciones y habladurías, comenta lo siguiente:
Pero digan lo que quisieren, que desnudo nací, desnudo me hallo: ni pierdo ni gano; aunque por verme puesto en libros y andar por ese mundo de mano en mano, no se me da un higo que digan de mí todo lo que quisieren.
Es decir, que Sancho, es advertido de que en ese libro se cuentan todo tipo de falsedades sobre él, plagadas de hechos bajos y ruines que lo ponen como poco más que un bobo y un villano. Sin embargo, no le importa que cuenten historias falsas y malvadas sobre él, puesto que el estar en un libro tan leído y comentado por gran multitud de personas le ha traido fama.
A esto Quijote le contesta, entre otras cosas:
-Eso me parece, Sancho -dijo don Quijote-, a lo que sucedió a un famoso poeta destos tiempos, el cual, habiendo hecho una maliciosa sátira contra todas las damas cortesanas, no puso ni nombró en ella a una dama que se podía dudar si lo era o no; la cual, viendo que no estaba en la lista de las demás, se quejó al poeta, diciéndole que qué había visto en ella para no ponerla en el número de las otras, y que alargase la sátira, y la pusiese en el ensanche; si no, que mirase para lo que había nacido. Hízolo así el poeta, y púsola cual no digan dueñas, y ella quedó satisfecha, por verse con fama, aunque infame. También viene con esto lo que cuentan de aquel pastor que puso fuego y abrasó el templo famoso de Diana, contado por una de las siete maravillas del mundo, sólo porque quedase vivo su nombre en los siglos venideros; y, aunque se mandó que nadie le nombrase, ni hiciese por palabra o por escrito mención de su nombre, porque no consiguiese el fin de su deseo, todavía se supo que se llamaba Eróstrato.
Fuente: Centro Virtual Cervantes, wikisource y miles de sitios donde encontrar gratuitamente esta obra de Miguel de Cervantes Saavedra.
Eróstrato incendió el templo de Artemisa (Diana) en Éfeso (una de las siete maravillas del mundo antiguo) no porque tuviera algo en contra de la diosa, el templo o sus gentes. Sencillamente lo hizo porque esto le daría fama mundial. Por desgracia, esta idea no es algo sólo del pasado. En nuestros días proliferan más y más individuos que, de la misma manera, aspiran a la fama al precio que sea. Este es el considerado como complejo de Eróstrato, tan presente en nuestra sociedad actual, donde vemos constantemente cómo personajes vacíos buscan su minuto de gloria aunque ese objetivo se consiga mediante el uso de cualquier artimaña, treta o incluso menospreciandose a otros o humillándose a sí mismos. Triste, pero cierto.
Fuentes: las ya citadas en el texto.
En realidad la cita del Quijote es del Capítulo VIII de la Segunda Parte y no del VII como se afirma
Efectivamente, Jorge, estaba mal en el texto, aunque el enlace de wikisource sí que está correcto, ya que se puede leer la cita del capítulo VIII donde se nombra el asunto de Eróstrato. Errata solucionada, muchas gracias por tu observación 🙂